El dinero puede comprar cualquier cosa. Y a cualquiera. Como cabeza de la familia Constantine estoy acostumbrado a que la gente se incline ante mi voluntad. Cruel, rígido, inflexible... soy todas esas cosas.
Cuando descubro a la única mujer que no se amilana bajo mi mirada, sino que me sonríe, me intriga. Ash Elliott necesita dinero, y yo la hago comerciar con la crueldad y la degradación.
Anhelo sus lágrimas, sus gemidos, su sumisión. Pago por cada una de ellas.
Y cada vez, regresa a por más.
Cuando me desafía con una oferta propia tengo que decidir si estoy dispuesto a darle mucho más que dinero en efectivo. Pero el amor puede tener consecuencias mortales cuando viene de un Constantine. Al filo de la medianoche, esa elección puede ser una pérdida para ambos.
Winston Constantine no es un príncipe azul...
Lo anhelo tanto que creo que voy a perder la cabeza. Está delante de mí, pero es tan distante como mis sueños de alejarme de mis hermanastros. Sigo jugando sus retorcidos juegos, y quiero permanecer
tan distante como él. Pero no puedo. Nunca he podido. Me he enamorado de él. Sin remedio. Definitivamente.
Pero Winston no es un amante, es un negocio.
Una forma de pagar la universidad.
Un boleto de salida.
Nunca ha pretendido ser otra cosa que eso.
No puedo culparlo por haberme enamorado.
No puede haber un “felices para siempre” entre una DONCELLA y un PRÍNCIPE, no importa lo que digan los cuentos de hadas.
Traicionar al hombre más poderoso de Nueva York no fue algo que imaginé cuando comencé a jugar con Winston Constantine. Pero está involucrado en juegos mucho más peligrosos que el nuestro, y sus enemigos buscan sangre.
Winston tiene mi corazón, los Morellis tienen fotos incriminatorias, y no me queda nada más que tres hermanastros que quieren hacerme daño y un futuro en duda. Sabía que Winston no sería mi príncipe azul, pero eso no impidió que me enamorara de él.
Después de todo, las pantuflas me quedaban bien y me permití creer que estaría bailando con Winston para siempre.
Hasta que salga a la luz demasiada verdad.
Hasta que me doy cuenta de que en lugar de gobernar el tablero, soy solo un peón.
Al final, solo tengo una pregunta. Cuando termine su juego conmigo, ¿podré fingir que la zapatilla de cristal no encajaba perfectamente?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario