¿Qué es peor que el hecho de que Rider Kingston, el mariscal de campoestrella, te rechace a lo grande porque no quiere ir en serio? Seguramente uno creerá que es vivir enfrente de él donde se puede ver de primera mano sus aventuras, ¿no?
Eso es lo que yo pensaba. Hasta que alguien deja un bebé con una nota clavada en su manta que dice que uno de esos deportistas, ya sea Rider o uno de sus compañeros, es el padre. ¿El problema? La mamá del bebé no menciona cuál de estos imbéciles es el donante de esperma.
No me preocuparían sus problemas de paternidad, ni lo más mínimo, si no fuera porque mi hermano también vive allí. Lo que significa que ese adorable bulto que berrea podría ser mi sobrina, y de ninguna manera voy a dejarla desatendida con esos torpes jugadores de fútbol.
Necesitan mi ayuda, aunque todavía no lo sepan. Una vez que resolvamos este dilema y averigüemos quién es el papá, me voy.
Ignoraré a Rider y esas miradas que destrozan el alma cada vez que recojo al bebé. Me rompió el corazón hace tres años. No tendrá una segunda oportunidad.
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