A Eileen Merriweather le encanta perderse en una buena historia de «felices para siempre». Al menos, los de ficción. Porque al menos los hombres imaginarios no te dejan en el altar. Se siente segura en un libro. En casa. Quizá por eso este año está tan decidida a ir al retiro anual de su club de lectura: necesita buenos amigos, vino barato y grandes gestos románticos, pase lo que pase.
Pero cuando su coche sufre una avería inesperada por el camino, se queda atrapada en un pintoresco pueblo que parece sacado de una novela…
Porque lo es.
Este lugar no puede ser real, y sin embargo… ella está ahí, en Eloraton, el pueblo de su serie romántica favorita, donde el caramelo de miel de la tienda de dulces siempre es dulce, las hamburguesas del bar local siempre están un poco quemadas y la lluvia siempre llega por la tarde. Se siente como en casa. Es perfecto y está perfectamente congelada, atrapada en la última historia inacabada de la difunta autora.
Elsy está segura de que es por eso por lo que debe estar ahí: para ayudar a llevar al pueblo a su final de cuento.
Excepto que hay un personaje en Eloraton que ella no puede ubicar: el gruñón dueño de una librería con ojos verde menta, una boca irritantemente sexi y un gusto impecable para las novelas. Y no quiere que ella termine este libro.
Lo cual es un problema, porque Elsy está empezando a pensar que la felicidad para siempre del pueblo podría estar entrelazada con la de él.
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