Londres, mediados del siglo XIX
Keagan Ross es un boxeador que no espera nada de la vida. Con un pasado traumático a cuestas y una cicatriz que le deforma el rostro, se ve a sí mismo como un monstruo indigno de ser amado, un hombre sin corazón que se mantiene impávido ante la desgracia ajena.
Pero cuando conoce a Hazel Finnegan, la nueva amante del vizconde de Wembury, su jefe, algo cambia. Ella no rehuye su mirada, ni reacciona con asco ante su rostro destrozado. Su inocencia lo subyuga; su risa, lo embelesa; su honestidad y su buen corazón, lo confunden.
Sabe que el vizconde, un hombre cruel y manipulador, se divertirá con ella hasta quebrarla, convirtiéndola en una muñeca sin alma ni voluntad. Su inocencia se perderá; su risa dejará de alegrarle el corazón; su bondad se consumirá.
Hazel Finnegan sabe que pertenece a lord Wembury. Él la salvó de un destino peor que la muerte y le está muy agradecida. Es su amante, y cuida bien de ella. Es amable, tierno y encantador… la mayoría de las veces, y se esfuerza por hacerlo feliz porque es la única manera de pagar la deuda moral que tiene con él.
Sentirse atraída por el señor Ross es una deslealtad, una traición que la conciencia no le permite.
Aunque el corazón no entiende de razones ni de reglas, y cada vez que los ojos oscuros de Keagan la miran, siente que puede perderse en ellos y soñar con un futuro lleno de amor y felicidad.
¿Conseguirá Hazel atravesar las murallas tras las que Keagan se protege? ¿Logrará alcanzar su corazón marchito y hacer que vuelva a latir? ¿Encontrará él el valor para rebelarse contra el destino y salvarla de las garras del infortunio?
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